estatua de ESCULAPIO, dios de la medicina griega, acompañado por TELESFORO, dios de la convalecencia, en el mismo sitio en que los hizo colocar el Dr. ORFILA.
A sus 40 años tenía la capacidad y la experiencia de un hombre de 60. Llegaba al diagnóstico exacto por los caminos de la razón. Cuando terminaba su lección comenzaba a operar. Se decía de él que ´tenía los dedos cortos, gruesos, sin agilidad ningunaª lo que no es un piropo para un cirujano y que no brillaba operando precisamente por su cuidado y delicadeza. Era la voz de sus enemigos envidiosos de su talento. Pero su frialdad, su sangre fría era proverbial. Con el bisturí y las pinzas en las manos, hablaba operando delante de una numerosa asistencia. Describía las vías adecuadas de penetración en el área enferma, señalaba lo que había que evitar y demostraba cómo había que llegar a la lesión, así como los límites de lo que había que seccionar. Rechazaba las operaciones no indispensables.
Su discípulo CRUVEILHIER escribirá más tarde: ´¿Puede ir más lejos el valor? He visto a este hombre extraordinario dominar por la fuerza de su voluntad un mal invencible y no dejar al hombre abandonarse a la enfermedad hasta que el profesor no hubo cumplido con los deberes de su trabajoª
En este edénico paisaje de la pequeña isla nació el hombre más grande que la Medicina ha poseído en tiempos antiguos, HIPOCRATES. Se cree que tal acontecimiento tuvo lugar por el año 460 a.J.C. que fué la época en la que surgieron los mayores cerebros de la antigua Grecia. El biógrafo más acreditado de HIPOCRATES fué SORANO, quien da por hecho que nació el sabio médico a comienzos de la VIII Olimpiada en el seno de la familia de los Asclepiades.
Daremberg ha recogido la genealogía de HIPOCRATES y le considera el nº 17 de la descendencia de ESCULPIO.
En la vocación médica se entremezcla un gran amor al prójimo, con un deseo de curar o al menos de aliviar sus males, un afán de investigar, de correr en pos de la verdad y el deseo de enseñar lo que se ha aprendido sobre el conocimiento del hombre. Siempre he tenido muy presente la obra de Cajal "Reglas y Consejos sobre la Investigación Científica".
estatua de ESCULAPIO, dios de la medicina griega, acompañado por TELESFORO, dios de la convalecencia, en el mismo sitio en que los hizo colocar el Dr. ORFILA.
ResponderEliminarA sus 40 años tenía la capacidad y la experiencia de un hombre de 60. Llegaba al diagnóstico exacto por los caminos de la razón. Cuando terminaba su lección comenzaba a operar. Se decía de él que ´tenía los dedos cortos, gruesos, sin agilidad ningunaª lo que no es un piropo para un cirujano y que no brillaba operando precisamente por su cuidado y delicadeza. Era la voz de sus enemigos envidiosos de su talento. Pero su frialdad, su sangre fría era proverbial. Con el bisturí y las pinzas en las manos, hablaba operando delante de una numerosa asistencia. Describía las vías adecuadas de penetración en el área enferma, señalaba lo que había que evitar y demostraba cómo había que llegar a la lesión, así como los límites de lo que había que seccionar. Rechazaba las operaciones no indispensables.
ResponderEliminarSu discípulo CRUVEILHIER escribirá más tarde: ´¿Puede ir más lejos el valor? He visto a este hombre extraordinario dominar por la fuerza de su voluntad un mal invencible y no dejar al hombre abandonarse a la enfermedad hasta que el profesor no hubo cumplido con los deberes de su trabajoª
ResponderEliminarEn este edénico paisaje de la pequeña isla nació el hombre más grande que la Medicina ha poseído en tiempos antiguos, HIPOCRATES. Se cree que tal acontecimiento tuvo lugar por el año 460 a.J.C. que fué la época en la que surgieron los mayores cerebros de la antigua Grecia. El biógrafo más acreditado de HIPOCRATES fué SORANO, quien da por hecho que nació el sabio médico a comienzos de la VIII Olimpiada en el seno de la familia de los Asclepiades.
ResponderEliminarDaremberg ha recogido la genealogía de HIPOCRATES y le considera el nº 17 de la descendencia de ESCULPIO.
En la vocación médica se entremezcla un gran amor al prójimo, con un deseo de curar o al menos de aliviar sus males, un afán de investigar, de correr en pos de la verdad y el deseo de enseñar lo que se ha aprendido sobre el conocimiento del hombre. Siempre he tenido muy presente la obra de Cajal "Reglas y Consejos sobre la Investigación Científica".
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